


Si algo dejó patente la novela picaresca del Siglo de Oro es que entre los timadores y la comedia hay una relación inquebrantable. No hace falta remontarse a Lubitsch para comprender que este vínculo no solo no se debilita, sino que incluso se fortalece cuando se aborda desde el lenguaje cinematográfico. El director Daniel Monzón y el guionista Jorge Guerricaechevarría lo saben bien. Después de construir la tensión del thriller con Celda 211 (2009) y el vértigo de la acción en El Niño (2014), ahora regresan ambos al género que, de alguna forma, los unió en El robo más grande jamás contado (2002), primera comedia en la que trabajaron juntos. El resultado de Yucatán, aunque con altibajos, supera la prueba.
Lucas y Clayderman son dos timadores profesionales que llevan más de un año enemistados. Ambos son especialistas en dar el golpe a los desprevenidos clientes de cruceros de lujo, pero en vista de sus diferencias decidieron no volver a verse, por lo que se repartieron el territorio: Atlántico para el primero, Mediterráneo para el segundo. El motivo de esta rivalidad viene de lejos, y tiene que ver, por supuesto, con una mujer a la que ambos aman: Verónica. Pero Lucas transgrede la linde y se cuela como polizón en el buque que trabaja Clayderman, que cubre la ruta desde Barcelona hasta Yucatán. El motivo, según afirma, es puramente amoroso: quiere reconquistar el corazón de Verónica, que es pareja del otro. No obstante, todos saben que en realidad su aliciente es otro: entre el pasaje del crucero viaja un anciano que ha obtenido más de cien millones de euros en la lotería. Ambos timadores competirán por hacerse con el botín de una presa tan jugosa, pero no lo tendrán nada fácil cuando Verónica, cansada de ser el trofeo que acompañe al ganador, decide lanzarse también a la caza de los millones del viejo.
En su recorrido cabe tanto el humor absurdo e inverosímil como el fondo emocional más auténtico
La comedia tiene siempre la virtud de conseguir una mayor transigencia por parte del espectador. Jack Lemmon y Tony Curtis solo precisan ponerse medias y aflautar la voz para que el público aceptemos que son perfectas damiselas en apuros junto a Marilyn Monroe, siempre que al final cumplan su parte del trato y proporcionen una buena carcajada.
En Yucatán sucede otro tanto de lo mismo. En su recorrido cabe tanto el humor absurdo e inverosímil como el fondo emocional más auténtico. Las trampas de los timadores van desde lo inmoral pero plausible hasta lo paródico y sobreactuado en un filme donde se mezcla el enredo con el romance —y con actuaciones musicales y de baile—.
Pero todo es perdonable, incluso el excesivo metraje y el vaivén de tonos. Los giros del relato y la cruda verdad que transpiran las interpretaciones de todos los personajes convierten esta película en una pieza absolutamente entretenida.